
¿Quién escribió el Cantar de mío Cid, La Celestina o el Lazarillo? ¿Cómo valoramos una obra literaria a partir de su autoría? ¿Cómo se enriquece la interpretación de los personajes y contextos? ¿Es mejor echar tierra sobre la firma de un narrador o intentar esclarecerla? Sin duda, identificar el autor permite captar la verdadera dimensión de una obra y el aluvión de investigaciones facilita la entera interpretación y valoración de cada texto literario. En el caso de la autoría del Lazarillo, entre tantos candidatos, sobresale la personalidad y dimensión literaria de Diego Hurtado de Mendoza, con su anverso humanista y bibliófilo, y su reverso político y vividor, «confesando yo no ser más santo que mis vecinos».
Diego Hurtado de Mendoza Granada (1503)-Madrid (1575) fue un poeta y diplom�tico espa�ol, am�n de embajador de Espa�a en la corte de Enrique VIII y posteriormente en Venecia. Ostent� diversos cargos en la corte de Carlos I, a quien represent� en el Concilio de Trento. Tras una larga carrera diplom�tica y pol�tica, acab� desterrado en Medina del Campo por orden de Felipe II, destierro que acabar�a siendo cambiado a Granada, donde su sobrino, el marqu�s de Mond�jar, comandaba el ej�rcito real contra los moriscos sublevados. Amigo de Santa Teresa de Jes�s y otros personajes el Siglo de Oro, una corriente erudita le atribuye la autor�a del Lazarillo de Tormes.La guerra de Granada hecha por el rey Felipe II contra los moriscos, sus rebeldes describe pormenorizadamente las campa�as b�licas entre los bandos tras la rebeli�n de Las Alpujarras.
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Poemas de Diego Hurtado de Mendoza Fragmento de la obra 1 Días cansados, duras noches tristes, crudos momentos en mi mal gastados, el tiempo que pensé veros mudados en años de pesar os me volvistes. En mí faltó la orden de los hados; en vos también faltó, pues tales fuistes, que podréis en el tiempo que vivistes contar largas edades de cuidados. Largas son de sufrir cuanto a su dueño y cortas si me hubiese de quejar, mas en mí este remedio no ha lugar, que la razón me huye como sueño y no hay punto, señora, tan pequeño, que no se os haga un año al escuchar. 2 Como el triste que a muerte es condenado gran tiempo ha y lo sabe y se consuela, que el uso de vivir siempre en penado le trae a que no sienta ni se duela, si le hacen creer que es perdonado y morir cuando menos se recela, la congoja y dolor siente doblado, y más el sobresalto lo desvela; ansí yo, que en miserias hice callo, si alguna breve gloria me fue dada, presto me vi sin ella y olvidado. Amor lo dio y Amor pudo quitallo, la vida congojosa toda es nada, y ríese la muerte del cuidado.
Sonetos de Diego Hurtado de Mendoza Fragmento de la obra I La soledad Amable soledad, muda alegría, que ni escarmiento ves, ni ofensas lloras, segunda habitación de las auroras; de la verdad primera compañía. Tarde buscada paz del alma mía, 5 que la vana inquietud del mundo ignoras, donde no la ambición hurta las horas, y entero nace para el hombre el día. ¡Dichosa tú, que nunca das venganza, ni del palacio ves, con propio daño, 10 la ofendida verdad de la mudanza, la sabrosa mentira del engaño, la dulce enfermedad de la esperanza, la pesada salud del desengaño!
"Inventario de los libros que han tenido ingreso en la secretaría de la Real academía," 1922-29, with v. 83, 85, 87, 89, 91-92, 96, 99.
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